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Autor: Karen Lucero *

Las mujeres rurales son el grupo de la población que más desigualdades viven en su día a día. La pandemia del COVID-19 ha profundizado las inmensas brechas de género, limitaciones y barreras de acceso a servicios básicos. La mujer campesina tiene la mayor tasa de analfabetismo (14,2%), es la que percibe menores ingresos que el resto ($ 219) y la que trabaja más que cualquier otro grupo de la sociedad (83 horas). Pero al mismo tiempo, la mujer rural brindó seguridad alimentaria durante y después del confinamiento, pues ha garantizado más del 60% de la producción de alimentos en el país.

La crisis socioeconómica generada por la pandemia no ha afectado a todos por igual. Así como hubo sectores económicos que lograron enfrentar de mejor manera la pandemia, otros no lo pudieron hacer; lo mismo ocurrió en la sociedad. Las condiciones preexistentes al COVID eran mejores para ciertos grupos, mientras que los vulnerables y marginados luchaban ya por su subsistencia y por sus derechos.

La intersección del género con las condiciones de vulnerabilidad agudizó el impacto en grupos como las mujeres migrantes, las trabajadoras domésticas, las mujeres privadas de libertad, las jefas de hogar, las mujeres del colectivo LGTBI y las mujeres rurales. A este último dedicaremos este análisis.

Las mujeres rurales, campesinas, indígenas y agricultoras enfrentan desproporcionadamente las desigualdades y la crisis debido a la pandemia. Estas desigualdades estructurales limitan el reconocimiento de su labor productiva, reproductiva y comunitaria. Además, son el grupo de la población más desfavorecido en la atención y provisión de bienes y servicios sociales.

NO SOLO HAY BRECHAS DE GÉNERO, SINO DESIGUALDADES ENTRE MUJERES DEL CAMPO Y LAS CIUDADES

De por sí existen brechas de género en todos los ámbitos educativos, laborales, sociales, sexuales y emocionales. Pero también hay una gran brecha entre mujeres del campo y mujeres de las ciudades. Cabe aclarar que estas brechas no se dan solo entre mujeres, sino que, en general, las zonas rurales son las más olvidadas y, por ende, su población tiene menor calidad de vida.

Aunque los servicios ya eran reducidos para esta población, la pandemia ha limitado aún más el acceso a infraestructura básica como agua potable, educación, servicios sanitarios, tecnología, entre otros. El Cuadro 1 muestra varios indicadores de educación, empleo y salud, donde se distinguen claramente las desigualdades por sexo y por área, rural o urbana.

Cuadro 1

Indicadores sociales por sexo y áreas (rural y urbana)

 

Las condiciones de las mujeres rurales han sido siempre las más deplorables, con relación a sus pares de las urbes. La tasa de analfabetismo en el área rural es desproporcionada en comparación con la de las urbes, hay un 14,2% de mujeres rurales analfabetas en contraste con el 4,3% de mujeres en las ciudades. Estas cifras son aún más drásticas en la tasa de analfabetismo digital: 43,2% en mujeres rurales y 24,7% en mujeres de las urbes.

Además, las mujeres campesinas son las que menos años de escolaridad han recibido. En promedio, una mujer del campo tiene 7,1 años de escolaridad, lo que equivaldría a que apenas logró terminar la educación primaria. La educación es considerada como el camino que permite a las personas alcanzar el desarrollo humano para superar la pobreza y alcanzar la seguridad alimentaria.

Estas desigualdades se están trasponiendo a los niños, niñas y adolescentes debido a que son las madres, en más de 80%, quienes han asumido el acompañamiento educativo de sus hijos bajo la modalidad virtual, modalidad a la que no todos tienen acceso o los recursos necesarios para no desertar.

Casi la mitad de las mujeres indígenas son analfabetas digitales, es decir, no saben utilizar los medios digitales, y, por tanto, no podrían dar un acompañamiento adecuado a sus hijos. Tomando en cuenta que el acceso a internet fijo en el campo es de solo el 16,1%, muy por debajo de la media nacional de 37,2%.

LA PANDEMIA HA LIMITADO LA PROVISIÓN DE SERVICIOS SANITARIOS, ESPECIALMENTE EN ÁREAS RURALES

Otro elemento clave que se ha visto perjudicado desde la pandemia es la provisión de servicios de salud, atención preventiva y cuidados sexuales y reproductivos. La salud pública pasó de ser deficiente a nula durante la pandemia en las zonas rurales. Según un estudio de CARE y ONU Mujeres, se estima que 30% de la población de América Latina y el Caribe carece de acceso a servicios de salud debido a barreras económicas y otro 21% por las barreras geográficas.

Apenas 39,9% de las mujeres rurales cuenta con un seguro de salud que las respalde, mientras que 60% no tiene un seguro que las proteja ante cualquier eventualidad. Aunque la brecha entre mujeres urbanas y rurales no es muy amplia, sí lo es entre hombres y mujeres, debido particularmente a que las mujeres del campo dedican mucho más tiempo a actividades reproductivas no reconocidas.

Asimismo, la tasa de fecundidad es mayor en mujeres rurales (2,7) que en mujeres de las urbes (2,2). Y, al mismo tiempo, las mujeres del campo son las que tienen mayor probabilidad de morir a causa de muerte obstétrica.

Nancy Bedón, presidenta de la Unión de Organizaciones Campesinas de Esmeraldas (UOCE), señaló a Plan V que las mujeres campesinas viven en lugares abandonados por el gobierno sin vías de acceso, sin educación de calidad y sin un centro de salud cercano que auxilie. Las mujeres tampoco han estado siendo atendidas en el embarazo y no quieren parir en un centro médico.

Dionisia Iza, representante de la organización de mujeres indígenas y campesinas Sembrando Esperanza, en el webinar “Mujeres Diversas”, organizado por MEGECI, expuso una serie de dificultades que atravesaron las mujeres indígenas durante la pandemia. Indicó que antes la discriminación en los hospitales para atender a las mujeres indígenas era peor. Sin embargo, ellas prefieren la medicina natural y utilizan plantas medicinales para aliviar sus enfermedades o prevenirlas. De esta forma evitan llegar a los hospitales, y señala que así también “le ahorran plata al Estado”.

EL DESPROPORCIONADO PESO QUE CARGAN LAS MUJERES DEL CAMPO SOBRE SUS HOMBROS LUEGO DE LA PANDEMIA

La crisis está teniendo un impacto diferenciado en los papeles y las responsabilidades asignadas a cada género, especialmente para las mujeres y niñas que viven en comunidades marginadas y vulnerables como indígenas y poblaciones rurales.

Previo a la pandemia, las mujeres rurales ya trabajaban casi 83 horas a la semana, mientras que los hombres del campo trabajaban 60 horas semanales. La brecha de la carga global de trabajo es enorme en el campo, pues la mujer campesina trabaja 23 horas más, es decir, casi un día más. En las urbes igual existe esta brecha, pero está por debajo, pues es de 12 horas (Cuadro 1).

El trabajo en la mujer rural está sobrecargado, no reconocido y mal remunerado. La excesiva carga laboral en las mujeres rurales se debe a todas las actividades que el campo demanda más sus actividades del cuidado. Sin embargo, la mayor parte no son remuneradas y quienes trabajan la tierra son mal pagadas o subcontratadas por empresas alimentarias.

En promedio, el ingreso de una mujer rural está alrededor de los $ 219 dólares, mientras que un hombre gana $ 293. Los ingresos, tanto para el hombre como para la mujer, son muy reducidos, pues en las urbes el ingreso promedio de una mujer está por sobre los $ 400 y el del hombre por encima de los $ 500 dólares (Cuadro 1).

Todo este peso sobre la mujer rural se agudiza con el cuidado de los enfermos, la educación de los hijos, el cuidado y alimentación del ganado y la producción de sus tierras. Todo ello, sumado a las limitaciones crecientes en el acceso a servicios básicos como el transporte, la vialidad, la salud pública, entre otros.

Un estudio del BID del 2020 reveló que Ecuador tiene el porcentaje más alto de América Latina junto con Honduras -del 79%- del tiempo de trabajo no remunerado de los hogares y que está a cargo de las mujeres.

LA MUJER RURAL DA SEGURIDAD ALIMENTARIA A COSTA DE SU INSEGURIDAD LABORAL

La mujer campesina es un pilar fundamental para la seguridad alimentaria a nivel nacional, pese a que también son la población con mayores problemas de desnutrición. ¡Así de contradictorio! La agricultura familiar campesina está liderada por mujeres (el 61%) y han garantizado más del 60% de la producción de alimentos en el país a través de la diversificación productiva y la rotación de cultivos, según informó el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG).

Esto contrasta con los sitios de trabajo de la mujer rural del Gráfico 1. Las actividades laborales varían según la zona, por ejemplo, 47,8% de las mujeres de las urbes indica trabajar en el local de un patrono, mientras que 45% de mujeres rurales trabaja en su finca o terreno y otro 12,2% en una finca o terreno ajeno.

Gráfico 1

Población ocupada según sitio de trabajo por sexo

 

 

Sin embargo, las condiciones laborales de las mujeres rurales son lamentables, y dejan una brecha enorme en contraste con las urbes. Apenas el 12,2% de mujeres rurales cuenta con un empleo pleno con todos los beneficios laborales. El tipo de trabajo que prevalece en la mujer campesina es el empleo no remunerado, con una tasa de 38,8%.

Además, en la zona rural prevalece el trabajo informal y más aún en las mujeres. El 73% de las mujeres rurales pertenecen a este sector, mientras las mujeres de las urbes en el sector informal alcanzan el 46,8%.

A diciembre de 2019, el Otro empleo no pleno (ganan menos del salario básico o que trabajan menos tiempo del estipulado por la ley) en mujeres rurales fue de 32,3% y el subempleo cubriría el 14,5% de empleo de mujeres en esta zona. Solo la suma de estos dos tipos de empleo informal equivale a más de 500.000 mujeres bajo condiciones no adecuadas de empleo. Y otras 440.000 mujeres ni siquiera son remuneradas (Cuadro 2).

Cuadro 2

Situación laboral de las mujeres rurales en Ecuador a diciembre 2019

 

Las actividades económicas a las que se dedican las mujeres indígenas requieren de movilización para llevar sus productos a las ciudades. Pero, durante el confinamiento, su cadena productiva fue interrumpida, teniendo que quedarse con productos descomponiéndose o buscar otras alternativas.

Iza indicó que las mujeres del campo han buscado mecanismos como el trueque para poder subsistir. De esa manera no dejaron perecer los productos y pudieron diversificar su canasta de bienes. Enfatizó en que sin la estructura organizativa de las mujeres rurales los problemas en su entorno serían más drásticos, especialmente los problemas de salud por falta de una buena alimentación.

Pero otra de las grandes barreras que enfrenta la mujer rural es el proceso de comercialización. Iza señaló que la intermediación no es justa, pues los intermediarios son quienes se llevan mayor parte de la ganancia, mientras las mujeres productoras que trabajan en las tierras -hasta 18 horas al día- no son lo suficientemente remuneradas.

Además, no hay condiciones para que las mujeres campesinas puedan llevar los productos a la ciudad, pues Iza indica que, pese a que las mujeres tratan de darle valor agregado a sus productos, los consumidores prefieren ir a supermercados grandes donde los pequeños productores no participan de forma directa.

Entre las soluciones que plantea para abrir camino a las mujeres rurales y que puedan realmente recibir el precio justo por sus productos están: tener cercanía con el municipio para facilitar espacios de venta a los campesinos, capacitaciones para incrementar el valor agregado de sus productos y llevar bienes de calidad a los consumidores y tener acceso al crédito.

LA MUJER RURAL NO TIENE ACCESO A LA TIERRA NI POSIBILIDAD DE FINANCIAMIENTO

No obstante, el acceso al crédito resulta ser un sueño para las mujeres rurales debido a los rígidos requisitos de los bancos. Una de las exigencias es la firma del esposo, que en ocasiones resulta ser su propio agresor. Además, piden garantías, pero la mayoría de ellas tampoco tiene acceso a la tierra, aunque sea ella quien la trabaja.

Según el estudio Mujeres Rurales y Tierra en Ecuador del FIAN existe una brecha de género en el acceso a la tierra. Solo 36% de mujeres tiene acceso a la tierra, en contraste con el 43% de los hombres. Sin embargo, la brecha es mucho más amplia si se analiza según el tipo de agricultura (Gráfico 2).

Gráfico 2

Acceso a la tierra según el tipo de agricultura

 

Iza recalcó en la lucha de las mujeres rurales por la tierra “Hay que exigir el derecho a la tierra, si no hay tierra no hay donde trabajar y si vamos a la ciudad no tenemos en qué trabajar”. Además, indicó que las mujeres campesinas sienten que en la ciudad serán más discriminadas y por eso luchan por el derecho a la tierra, a la educación, a la salud, a la vivienda y al acceso al crédito.

Son irrefutables las inmensas desigualdades que enfrentan las mujeres de las zonas rurales. Incluso podría pensarse como un privilegio de las urbes contar con servicios básicos y de calidad. La pandemia solo ha profundizado lo que ya existía desde siempre, estas brechas que se han cerrado marginalmente mientras pasan los años. Pero con la pandemia se ha retrocedido en más de 10 años en la lucha por la igualdad. Por tanto, la atención prioritaria del gobierno y las organizaciones no gubernamentales debe estar en este grupo marginado y vulnerable de la población.

 

(*) Analista económica Revista Gestión.

 

 

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Last modified on 2021-03-24

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