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Autor: Wilson Araque Jaramillo *

Transcurridos más de nueve meses desde el inicio del confinamiento obligado por la pandemia (COVID-19) -desde el 17 de marzo para el caso ecuatoriano-, se han venido visibilizando una serie de fallas socioeconómicas que, de forma acumulada desde tiempos atrás, incluso décadas, venían sin ser atendidas o, simplemente, eran disimuladas o escondidas por los gobernantes de turno.

A esto se sumó una actitud quemeimportista del resto de miembros de la sociedad que bajo el predominio del yo egoísta sobre el nosotros solidario, colaborativo, compartido y cooperativo, contribuyeron a que los escenarios de inequidad socioeconómica se fueran acrecentado y, claro, cuando vino la catástrofe pandémica, esa situación negativa se visibilizó con todos los efectos potenciados que se han ido generando debido a que la pandemia, por su crueldad -como bien la adjetivó  Boaventura de Sousa Santos en su última obra “La cruel pedagogía del virus”-, produjo un cóctel de miedo, pesimismo e incertidumbre expresado en una crisis tridimensional (sanitaria, económica y social).

Entre los principales aprendizajes que va dejando la pandemia, pro búsqueda de la equidad socioeconómica (una vez que el Ecuador y el mundo en general entre a la real post pandemia), están:

LA MALA CALIDAD DEL EMPLEO

Caracterizada por el predominio del empleo inadecuado. Este ha sido un ámbito que, con la pandemia, se complicó, pues a octubre del 2020 solo alrededor de tres de cada 10 ecuatorianos tenían un empleo adecuado, dificultando así que muchas familias puedan quedarse confinadas en casa, ya que la necesidad de un dólar para poder alimentarse fue más fuerte que las disposiciones gubernamentales dirigidas a controlar la propagación del virus al momento de producirse aglomeraciones cuando se transan productos en la calle o en mercados improvisados por vendedores en situación de desesperación que buscan conseguir una moneda para el sustento familiar.

LA ESCASEZ DE ALIMENTOS PARA LAS FAMILIAS DE MENORES RECURSOS

Estas familias generalmente tienden a no tener una remuneración fija. Esta problemática se ha ido desnudando como un escenario que, paradójicamente, convive con la otra cara de la moneda que es el desperdicio de alimentos que, desde antes de la pandemia, ya tenía alertas rojas de una mala práctica global.

Según la  la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura FAO, “cada año se pierde alrededor del 14 % de los alimentos del mundo antes incluso de que lleguen al mercado”. Y, como es lógico, en épocas de crisis graves, no se puede disimular, debido a que esa situación negativa de la mala distribución alimenticia se vuelve inmanejable cuando, sin distingo de la situación socioeconómica, se pide a la población quedarse en casa, surgiendo la pregunta: ¿Es posible quedarse en casa sin alimentos?

LA VIOLENCIA INTRAFAMILIAR

También saltó a la luz pública con mayor fuerza esta problemática. Las relaciones entre hombres y mujeres (sobre la base del respeto y la concienciación de la ejecución de acciones con equidad de género) desde antes de la pandemia ya venían con serios signos de incidencia negativa. De ahí que al venir los tiempos pandémicos se potenció.

Pensando en la post pandemia, este fenómeno deberá ser atendido para sentar buenas bases del futuro de la familia que, al final, es el soporte sobre el cual se construyen las grandes naciones y, con ello, se pueden enfrentar, con mayor fuerza situaciones difíciles que pueden venir en el futuro bastante parecidas a las vividas desde el confinamiento.

LA FORMACIÓN DISCIPLINADA DE LOS ADOLESCENTES Y JÓVENES

Ahora se puede ver que son los adolescentes y jóvenes los que no han tendido a acatar las disposiciones de las autoridades y, por ende, se han convertido, en varios casos, en los portadores móviles del virus para el contagio de sus familiares en casa, lo cual es una expresión de la débil educación, respeto y disciplina impulsada, en tiempos anteriores, desde el interior de los propios hogares.

Entonces, ahora, en momentos críticos, se siente la necesidad, como un aprendizaje pandémico, del trabajo a realizar sobre el cambio de modelo de formación desde la casa, para contrarrestar situaciones de indisciplina colectiva como las que se han evidenciado en momentos del COVID-19 y que, para una mejor convivencia social intergeneracional, requiere ser atendida de forma corresponsable por parte de los padres y madres de familia más los esfuerzos que se hagan desde el espacio de la educación formal.

LA CAPACIDAD DE LA CONECTIVIDAD NACIONAL Y LOCAL

Se midió al momento de soportar un mayor flujo de comunicaciones presionadas desde el teletrabajo y la teleducación; la cual, en situaciones de crisis como las vividas desde el 17 de marzo de 2020, demostró tener serias debilidades, dificultando así la facilidad de acceso a los medios de comunicación digitales que la nueva realidad demandó para que el mundo no se paralice.

En medio de las dificultades de conectividad, algo que salió a flote y que deberá ser corregido en la post pandemia, es la brecha tecnológica existente desde el ámbito de la ubicación geográfica de cada territorio local y de las condiciones socioeconómicas de sus habitantes que, en última instancia, terminó incidiendo en que, por ejemplo, muchos niños y jóvenes queden excluidos de un sistema educativo que, para su continuidad, exigió unos requisitos de acceso y de disponibilidad de recursos por parte de los padres de familias que, en medio de una pandemia, lamentablemente, fueron sintiendo reducciones.

LA ATENCIÓN AL CAMBIO CLIMÁTICO

Este es otro espacio que requiere una atención seria, pues un nuevo confinamiento obligado -con las consecuencias negativas que ya probó toda la humanidad- podría darse a causa del deterioro del medio ambiente y no habría vacuna que ayude a una solución en el menor tiempo posible. Los efectos negativos -de acuerdo con lo que se ha venido anticipando y que, ojalá, no nos coja desprevenidos como sucedió con la pandemia actual- podrían estar relacionados, ya sea con la falta de agua apta para consumo humano o con el deterioro de la calidad de aire que respiramos, complicando así la sobrevivencia futura de las personas que habitamos el planeta Tierra.

Finalmente, todos estos aprendizajes, en última instancia, lo que hacen ver es que la pandemia  ha ido generando, en una buena parte de la población, un “dolor añadido” al que desde hace muchos años se ha venido acumulando y expresando en indicadores socioeconómicos que, por la complejidad de su comportamiento negativo histórico y actual, están pidiendo a gritos que se definan y se pongan en ejecución políticas públicas que, sobre la base de la interacción con estrategias del sector privado, busquen crear escenarios pro justicia, solidaridad e inclusión como soporte del impulso de un proceso desarrollo cuyo faro orientador sea la transformación productiva del país basada en la búsqueda de la equidad socioeconómica.

Surgiendo así, pensando en los tiempos electorales ecuatorianos que ya empezaron, espacios para el trabajo serio y esforzado hacia donde debería dirigirse un buen plan de gobierno para el período 2021-2025.    

 

(*) Vicerrector de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador (UASB-E). Director del Observatorio de la PyME (UASB-E). Presidente de la Red de Instituciones Financieras de Desarrollo (RFD).

 

 

 

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Last modified on 2021-01-15

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